domingo, 26 de diciembre de 2010

Reseña sobre "Memoria de la estupidez" de Maria Teresa Lezcano

Por Antonio Garrigo Moraga

En la formación clásica los rétores utilizaban textos narrativos de extensión breve que pretendían ilustrar valores éticos y moralizantes; ejemplificadores, según el universo de principios dominante en la sociedad helena. La estructura se basa en hechos verosímiles y, mejor aún, verdaderos, que sirven para obtener alguna consecuencia y también para establecer tesis que se derivan de la historia. Se trata de una de las formas más antiguas de la narrativa aunque ha experimentado una clara evolución en su sentido.


En la parábola tradicional hay un significado aparentemente oculto, al modo de una metáfora extendida; en la narrativa actual este sentido no existe. La historia es generalmente explícita y lo que le da el valor parabólico es la introducción de elementos que pueden ser no verosímiles pero que no ocultan el valor simbólico de lo narrado y su intención última de establecer una posición ante una realidad contrastada. No es difícil, en el caso de la novela, determinar una relación con un texto que denuncia, que se compromete como es el caso de la novela de María Teresa Lezcano.

La tesis es una posición que se transmite al lector por medio de una estructura más o menos ficticia. La autora, con una fuerza expresiva notable y con una escritura de calidad incontestable, nos enfrenta a una de las situaciones más crueles que padece la humanidad. La guerra y sus secuelas focalizadas en una familia. La denuncia es directa, dura y al mismo tiempo llena de un sentido profundamente humano y hasta lírico, llena de ternura y sin que falte el humor como recurso.



Es una novela que me ha impresionado por la honestidad con la que llega la narración al lector y que, por supuesto, tiene un valor universal que trasciende la circunstancia concreta que se pueda establecer con guerras en espacios y tiempos precisos, próximos a nuestro presente. El título es explícito “Memoria de la estupidez”.

La memoria es una potencia por la que se retiene y recuerda el pasado; a partir de esta capacidad se desarrolla un tipo de texto en el que el narrador – narradora en este caso – refiere su vida o aspectos de la misma: “la memoria condensaría para reducirlos a fragmentos temporales sin unidad de medida susceptible de reproducirlos de modo fidedigno. Más de la mitad de mi vida angostada en un diario impreso en páginas de lava petrificada”.

La estupidez se refiere a los hechos o dichos de un estúpido; es decir, de un necio, de un torpe; en este caso, es la estupidez humana que se concreta en la guerra interminable entre las naciones de Símil e Ídem.

En “La Celestina” se define la vida como una permanente lucha, definición que aparece en los clásicos griegos y romanos. La lucha arranca desde el origen de los tiempos, desde el caldo primordial, desde las bacterias que evolucionaron hasta llegar al ser bípedo, como se afirma en el texto, empeñado en destruirse con saña en nombre de altas palabras, de ideales que son sólo la máscara de los intereses económicos y del poder.

Los personajes se nombran como “La Madre”, “El Abuelo”, “El niño muerto”, “La niña”, “El niño chico”, “El Padre”, “El niño de los lirones”, “El Líder”, todos en un contexto espacial y de acciones donde la violencia más atroz es lo cotidiano. La Frontera es un inmenso campo de desolación donde el fanatismo de unos y de otros provoca una lenta agonía entre la población. La descripción de este ámbito para el terror es muy eficaz y alcanza un punto especial de intensidad en “El Cementerio” donde los ataúdes se disponen en bancales, escalones de la muerte y de la putrefacción.

Otro momento donde la prosa se adensa de manera excepcional es la explosión que acaba con “El niño muerto” por acción de una bomba-margarita: “Después atisbó, entre incrédulo y aterrado, una descomunal bola de fuego acercándose en línea recta hacia él, pero nunca llegó a alcanzarle porque se le adelantó un viento que le escupió dardos hirvientes”. Un momento de lirismo en el terror es la muerte de “El niño chico”, víctima de la epidemia que se produce con el éxodo de la población. De manera tan sencilla cuanto profunda el lector siente el dolor de todos; en aquel rincón de la tienda de refugiados quedó su caballo de plástico rojo, el cowboy imaginario se marchó. Con una sobriedad léxica envidiable la narradora nos emociona en el sentido más noble del término.

Ya he señalado el humor como uno de los elementos importantes de la novela, precisamente por contraste con la realidad. Muerte y vida forman la cara y la cruz de la misma moneda y Lezcano dosifica con maestría ambos planos; en definitiva siempre hay una esperanza, por muy remota que parezca, y esta esperanza se fundamenta en los principios universales de humanidad, dignidad y libertad; justo lo contrario de lo que hacen las naciones que aparentemente se preocupan por la paz en la zona y al mismo tiempo venden armas a los dos bandos.

La religión, todas, sirven para matar en nombre de la Verdad, cada una la suya, en nombre de los Profetas, en nombre del Paraíso prometido por cada una. Símil entra en una guerra civil por motivos religiosos, todo es un caos y la familia inicia un éxodo ala país neutral de Acaso, mientras el Abuelo sustituye al Líder por su extraordinario parecido, ya que son gemelos. Pasan los años y pasa la vida y al final se plantea el problema de la maternidad de la narradora que ha vuelto a la Frontera. El final es sorprendente, inesperado como lo es esta novela inusual, magníficamente escrita, que nos mueve a pensar tanto como lo hace la extraordinaria inteligencia de ese ectoplasma que vaga por las bibliotecas, “El Niño Muerto”.

1 comentario:

  1. Yo lo he leído en agosto y me ha encantado, no paro de recomendarlo. La sinceridad que refleja en cada descripción hace casi imposible no sentirte horrendamente disgustado por la estupidez humana que lleva a tantos países a vivir estas guerras de carácter religioso y trasfondo económico. Un libro mágnifico

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