martes, 10 de enero de 2012

El juego del diablo


Reseña de Luis Borrás publicada en Aragón literario

La Editorial Traspiés ha cambiado el formato de su colecciónVagamundos de libros ilustrados. El concepto sigue siendo el mismo, pero ahora los podemos disfrutar en un tamaño más grande. Placer multiplicado por dos en el que salimos ganando los que tenemos presbicia y en el que las ilustraciones cobran una nueva dimensión. Y como estreno de este nuevo formato un relato de Robert Louis Stevenson: “El diablo de la botella” con unas magníficas ilustraciones de Pablo Ruiz.
Y la verdad es que lo que plantea resulta una oferta tentadora: “Todo lo que se desee: amor, fama, dinero, una casa: todo será tuyo si compras esa botella. Sólo hay una cosa que el diablo no puede hacer: prolongar la vida. Y si uno muere antes de venderla, su alma arderá para siempre en el infierno”. El diablo juega con nuestras debilidades. La ambición humana es un cuento muy viejo y él lo sabe. Conoce nuestros anhelos, los más básicos y primordiales. Cada uno tiene el suyo. Y en el caso de Keawe, el protagonista de este relato, su mayor deseo era tener una casa grande y lujosa que fuera la envidia de sus vecinos y la medida de su triunfo. Así que Keawe no resiste la tentación y compra la botella.
La ventaja de esta historia es que ese pacto, esa unión con el diablo es temporal y rescindible. Y eso lo hace aún mucho más tentador. Consigues lo que quieres y luego basta con vender la botella a otro para olvidarte. Sin embargo esa falta de consecuencias la salva Stevensoncon la muerte. Keawe consigue el terreno y el dinero para construirse la casa que desea gracias a la muerte de un tío suyo y de su hijo, convirtiéndose él en único heredero. Keawe sabe que si no hubiera sido por esas muertes no tendría lo que deseaba, pero lo acepta demostrando que su ambición es mayor que sus escrúpulos o dudas morales: “aunque me guste muy poco el modo en que ha llegado a mi, esta es la casa, y bien puedo tomar los bueno junto a lo malo”. Y la botella acaba en las manos de un amigo que no volverá a ver jamás.

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