viernes, 10 de febrero de 2012

"El diablo de la botella en "La tormenta en un vaso"



Reseña de Pedro M. Domene publicada en La tormenta.

Robert Louis Stevenson vivió una infancia feliz, aunque de naturaleza enfermiza, heredada de su madre, debió soportar largos períodos de convalecencias que le llevaron a viajar y pasar largas temporadas en diversos países, buscando una mejoría para su salud. Su hijastro, Lloyd Osbourne, manifestaba que, pasear junto a él, podría convertirse en uno de sus grandes placeres porque, de repente, se creía un pirata, un piel roja o, incluso, un joven oficial de marina con informes secretos para un espía. Stevenson es el escritor que ofreció en sus literatura el fascinante estudio de los hombres que llegan a mantenerse vivos por una especie de fuerza sobrenatural, que no llegan a morir porque rechazan, una y otra vez, la muerte. Abandonó Inglaterra, de una forma definitiva, en 1887, para establecerse en las regiones invernales de los montes Adirondacks, en el límite de las fronteras canadiense y norteamericana. Un año más tarde, emprendería un largo viaje por el Pacífico Meridional, uno de sus grandes sueños, atraído por el clima, la vida exótica y lo primitivo de las islas polinesias: Waikiki, una de sus primeras estancias, distaba cuatro millas de Honolulu. «Este clima, estos viajes, estas recaladas al amanecer; nuevos puertos boscosos, nuevos sobresaltos de temor al chubasco o la marejada; nuevas muestras de simpatía de los gentiles indígenas: la historia de vida es mejor para mí que ningún poema», escribiría el autor en alguna de sus Cartas, paisajes que llevarían a instalarse, definitivamente, en Samoa, en la isla de Upolu, donde construyó «Vailima, su casa grande», en 1891, frente al mar, rodeada de primitivos bosques y, donde el escritor, pasaría los tres últimos años y medio de su vida. Durante todo ese tiempo, Robert Louis Stevenson, encontró una extraña serenidad que quienes convivieron con él pudieron describir, difícilmente; en semejante estado pudo argumentar que, «un escritor que aspira a algo está constantemente muriendo y resucitando». Su trabajo de creación fue tan abundante y significativo como siempre había sido y deambular por los Mares del Sur le llevaría a escribir en numerosas ocasiones sobre el tema,Diversiones de las noches isleñas (1892), Una nota a pie de página de la Historia (1892) o En los mares del Sur (1893). Clasificado por Henry James de escritor exquisito y de ensayista de prosa calculadamente rítmica, el novelista neoyorquino escribiría de él en semejantes términos: «Es un lujo en esta época inmoral, encontrar a alguien que sí escribe, que conoce realmente ese dicho arte».

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